El 22 de febrero, un día después de mi regreso, Silvio Rodriguez se presentó en Lima después de casi 21 años. La última vez había sido cuando yo todavía no sabía hablar, allá por mediados de los 80s. El concierto me gustó más de lo que esperaba, como tenía que ser, a pesar de lo altísimo de mis expectativas. Cada vez que su voz y su guitarra transformaban el silencio en la mejor poesía musicalizada, mi corazón se agitaba hasta el delirio.
Así con todo debo confesar: (i) mi primera lágrima fue cuando Silvio pronunció "¿Quién fuera el batiscafo de tu abismo?" (en "Quien fuera); (ii) en más de una canción alcancé el punto en el que se mezclan sentimientos-sensaciones-pensamientos al mismo tiempo, por ejemplo, cuando una persona en la fila de atrás escupió un lamentable comentario sobre los judíos tras el poema de Luis Rogelio Nogueras, a propósito de lo sucedido en Auschwitz y lo que sucede en el Líbano; (iii) cuando empezó "Ojalá" y me trasladé a Budapest, caminando en una calle al costado del Danubio con Angie; (iv) cuando volvió para "Playa Girón"; (v) cuando volvió para "Te doy una canción"; (vi) Gaviota, gaviota...
En fin, pensé también en algunas contradicciones, (i) como abrir el concierto con una canción que dice “Yo vivo de preguntar, saber no puede ser lujo”, y afuera del concierto, en las paredes del Jockey, justas pintas con aerosol con mensajes como “arte para todos”; (ii) o que los peruanos griten "siéntense" en lugar de "cantemos juntos de pie con Silvio"; (iii) o que esté prohibido ingresar con cámaras fotográficas para fotografiar el momento más esperado de tu vida; (iv) o que algunos se retiren sin insistir por su regreso al escenario hasta quedarse sin voz...
Como dijo Calín, quizás la próxima vez debiera ser un concierto popular, donde el que esté más cerca al maestro sea el que se haya amanecido más días en la fila y no el que tiene más recursos económicos para comprar una entrada Super-archi-hiper-platinum-vip... o sabe Dios qué otras payasadas inventan.