Saturday, September 30, 2006

Publicación

Mi respuesta a tu decisión de publicar nuestra correspondencia. Definitivamente es materia suficiente para colmar la pretensión de derrochar un nuevo cuento. Y es que no sé qué picadura de insensatez te haya llevado a tomar tan pequeño desatino. En realidad, ni siquiera sé si eso sea un desacierto. De todos modos, es más que probable que no hayas pensado en la interminable lista de cosas que tendrás que confesar si es que, empedernida, optas por gritar lo mucho que me adoras cuando todos creen que dejaste de quererme.

Resulta que de pronto me veo envuelto en esta increíble noticia criminis. Todas las personas que conozco lo comentan: “¡qué bonito escribieron!”, “¡qué lindo lo que dijeron!”... Yo creo que es factible que no logres decir todo aquello que quisieras recordar y que -intentando traducir- olvides mencionar lo mucho que no se puede pronunciar. Por otro lado, es también presumible que toda la historia de la humanidad no sea suficiente para que seamos medianamente comprendidos... yo ni siquiera sé qué seremos como para estar diciendo qué quiero que el mundo diga que somos.

Sea como sea, hoy podría empezar a desvestirte para encontrarte completamente desnuda el día que me abraces de casualidad, el día que nominados a premios literarios debamos refugiarnos juntos. Una por una, de golpe, sin darte tiempo para defenderte... Yo te tiro canciones a la cara como si se tratase de besos que estallan en tu boca, como si se tratase de cartas que incendian corazones, de versos al revés. Y es que cómo ibas a olvidar las veces en las que cantaba mi sed de tu sangre cerquita de tu cuello. Cómo ibas a olvidar las películas que no vimos en esos cines que había cuando llovía. El soldado moribundo quizás nunca gritó que en Comala yo no comprendí, que ante todo yo no creo que pueda algún día llegar a comprender.

Puede que puedas, que supongas que imaginas. Puede que sea un best seller y que le demos trabajo a miles de piratas. Harán de nuestra clase de Filosofía un éxito de ventas. Lucrarán con textos sobre Derecho Penal para principiantes y biografías de Heráclito y Parménides. ¿Y tú? ¿Qué pensarás pintar en la portada? ¿Qué tatuaje de luna llena en un pent house de San Isidro? A mí también me encanta que vengas suponiendo que vienes y nos vamos, que te dibujo con caricias mientras me lees con suspiros. Y qué decir de verte manejando, de subir el volumen para derretirme con ese silencio deliciosamente inexplicable. ¿Todo eso vas a publicar? ¿Todo eso vas a derrochar?

Todo eso y tanto más. Tanto más como creernos capaces de paralizar el universo. Fuimos lo que fuimos, y fuimos ejes gravitatorios a los que el egocentrismo condujo a un inmenso agujero negro: el agujero negro más brillante. Nos conocimos, nos fundimos, nos consumimos y nos extinguimos. Así fue como aparecimos más unidos más que nunca, tras varias desapariciones de mentira, en la complicidad de una llamada furtiva o de un mensaje de texto tan insomne como nuestros sueños.

No intentes frenar mis municiones: déjalas que acribillen tu deseo. Total, “el viento es un caballo” y “siempre habrá tiempo en las canciones”. Tiempo para galopar en la escena del café, para fumar otro cigarro de tu cajetilla y comer una pizza haciendo gala de la nostalgia. “Déjame que me calle con el silencio tuyo”. El aleteo de una mariposa en China ocasiona un maremoto en Estados Unidos. “Déjame que te hable también con tu silencio”. Una cosa lleva a la otra, como en la propaganda de Nescafé. Y qué bien cae una cerveza siempre. ¿Un Quispe en señor Huamán? ¡Un SALUD en Juanito! Parodiar autores legendarios. “¿Soñar acaso?” Citar trovadores largamente divinizados… a la orilla de la chimenea… “para contemplar la eternidad”.

Por favor, no intentes leerme concentrada. No olvides que vas a publicarme. Intenta -si quieres- detener esa ráfaga de locura que ya te quitó la ropa, que ya te metió en mi cama, que ya me mezcló en tu cuerpo y que ya te hizo volver a decirme que me amas. Yo traería a colación los innumerables orgasmos que nos regalamos telepáticamente cuando tus de jabus coincidieron con los míos, en cada madrugada de tu voz. A ver si puedes no volver a imaginar la entrada a mi cuarto, o mis dedos juguetones en tu pelo, por no decir los del destino. A ver si no te conmueves al escuchar que quiero escribirte la poesía más hermosa del universo...

Y quizás lo hago. Quizás lo hice al colocar la gota de lluvia en tus labios. ¡Qué escena, qué banda sonora! De repente no nos dimos cuenta. ¿Pero si muero mañana, qué pasa? ¿Cuántas veces habremos nacido nuevamente y acaso alguna vez morimos? No lo sé, "porque entre el lunes y el martes me sobra tiempo para necesitarte", porque ningún ejército tuyo puede vencer a mis suicidas mercenarios, porque llegué a la conclusión de que tu boca en mi vida es absolutamente imprescindible, porque no concibo un beso si no es contigo, porque el beso, sin ti, no es beso.

Mi reacción: ¿qué canción? ¿Cuánto más vas a dejar de callar? Por lo pronto entendí que no te basta con saber que la contraseña de mi corazón es “complices”, sin tilde, sin explicación, sin más que nosotros dos. Entendí que no te basta la certeza, que quieres también la prueba fehaciente de mi vulnerabilidad.

¿Cuándo dejarás de ser lo que has sido siempre? Bien vale un “jamás” para no llevarme a la desgracia... bien vale añorar los tiempos en los que podía hacer que todo el mundo mire nuestro abrazo con envidia.

Thursday, September 28, 2006

Nomadeando, insomneando

post caótico... como una borrachera

Mi viaje, mi aventura, mi mayor encrucijada y mi tormento. Mi manía, mi refugio, mi cenicero de sueños silenciosos. Mis ansias colmadas, mi escudo, mi espada y mi medalla, mi felicidad. Mi alegría, mis ganas y mi cura, mi alma amurallada y mi locura. Mi tortura, mis mejores fotos y mi gloria. Mi sangre empozada, mi escondite y mi condena y la ebullición de mi desesperación. Mi alumbramiento, mi muerte, mi nacimiento y mi resurrección. Mi cuento, mi cordura, mi atardecer en Estocolmo, mi luna llena y mi cielo lleno de estrellas. Mi penumbra y mi color azul, mi película y mi amanecer. Mi “cuándo”, mi “por qué”, mi “dónde”, mi “con quién”. Mi pasatiempo preferido, mi lúdico capricho y su agonía. Mi trabajo, mi duda, mi pasión exaltada y mi más sincero beso con amor. Mi corazón, iracundo, desvestido, magullado y delirante. Mi último cigarro, mi canción exacta, tu mirada, tu foto, tu mensaje de texto después del concierto. Mi corazón, extasiado, excitado, agitado y oscilante, vagabundo misterioso, cumpliendo sueños al paso, exprimiendo este instante, cantando. Mi corazón, mi autodescripción... tormentosamente soñador, efusivamente silencioso, asquerosamente analítico a veces, aprendiendo a vivir sin más. Y mi argumentación irrefutable, combinando palabras, derrochando complicidad, diciendo al callar. Y mi prueba y mi demostración, y mi desinterés y mi código de identificación. Mi viaje por Europa, mi cielo gris de Lima, mi Facultad de Derecho y mi embriaguez. Mi carpeta de archivos de Word, mi incipiente blog, mi bandeja de entrada, mis elementos enviados. Mi anacronismo, mi desfachatez, mi aburrimiento y mi diversión. Mi sonrisa de idiota y mi ternura, mi osadía irremediable, mis Beatles, mi Pink Floyd, mi Jethro Tull. Mi tono agresivo, mi amenaza andante, mi deslugar en el mundo, mi inubicación. Mi descaro, mi flojera, mis vuelos en la teoría sin nunca aterrizar a lo real. Mi plena valentía, mi libro de Bryce, mi prosa apátrida de Ribeyro, tu sonrisa, tu temblar al leer lo escrito, mi Cortázar, mi Sábato, mi Insoportable levedad del ser. Mi Sargento Pimienta, mi esquina, mi poesía de Vallejo, mi último cigarro nuevamente y mis aplausos. Mi refugio, mi aventura, mi locura y mi cura, mi duda y tortura, mi interminable propia lectura. Mi foto, mi todo, lo menos importante, lo único que me trasciende... nomadeando, insomneando: escribir, para mí.

Tuesday, September 26, 2006

Mes

Llevo un mes en Estocolmo. Me lo recuerdan las personas que me escriben. Ya se me acabaron los cigarros, se terminan las películas que traje, cambié la pasta de dientes y 2 o 3 jabones, se esfuman mis sobres de chicha morada y de comida peruana, y hoy es el último día de mi pase para el subway y el bus, y también debo pagar el segundo mes de renta por adelantado, y el clima cambia día a día y en el curso de la Universidad ya entramos al tercer y penúltimo bloque. Octubre va a pasar muy pronto y todavía me faltan tantas fotos... y encima el blog tercemundista ya no es novedoso, a pesar de que todavía yo no he dicho casi nada.

Sunday, September 24, 2006

Cuento Incompleto

Mientras cerraba la ducha pensaba en la cercanía de esa llegada. Sonaría el timbre, colmada de ansias se llenaría de nervios, correría en ropa interior por toda la casa maldiciendo el momento en el que creyó haber decidido qué ponerse para esa noche tan especial. Abajo, en la sala, él pensaría que sería de muy mal gusto prender un cigarro para aliviar la espera. Seguro minutos antes habría fumado uno casi intempestivamente, del otro lado de la puerta, durante aquel tambaleo mágico anterior a la decisión heroica de levantar el dedo, presionar el botón del intercomunicador y decir con bastante seguridad que venía a buscarla. Arriba, ella seguiría inmersa en la pretensión de arreglarse de manera perfecta para él. Tarea innecesaria o poco complicada, según él, pues aunque se vista con trapos desarreglados, nunca dejará de ser la diosa principal de ese olimpo que es su imaginación.

Pero la noche era especial y ella querría ser más linda que ella misma, y entonces se rociaría sobre el cuello el mismo perfume que años atrás él le regaló, el mismo con el que la conoció la primera vez, el día ese en el que se enamoraron los dos. Mientras secaba su cuerpo con la toalla, seguía pensando en qué iría a decir, en cómo lo iría a saludar, en cómo iría a reaccionar, suponiéndose capaz de lanzarse a sus brazos al verlo, sin poder controlar la emoción posterior a la tormenta de sensaciones que sobrevivieron los dos.

Y el timbre sonó. Y de pronto las suposiciones femeninas se vuelven secundarias porque el timbre ya sonó. Y ella empezó a correr en ropa interior por toda la casa, colmada de ansias, tal y como lo suponía. Aquello que minutos antes, mientras cerraba la ducha, solo pensaba, en ese instante efectivamente sucedía: él ya la esperaba en la sala de abajo con los mismos nervios que anteceden los mejores reencuentros, los verdaderos, aquellos que son motivo suficiente para derrochar un cuento interminable que después pueda ser colgado en un blog.

Ya lista, bajó de prisa, con el pelo suelto y mojado, como a él le gustaba, con aroma a cielo y mirada de sol. Al verla desfilar apresurada y tierna por las escaleras, radiante como en todas sus vidas anteriores, él no encontró más que una princesa envuelta en una “chompa celeste color entero”, paralizante, que causaba asombro y emoción. Por eso solo atinó a decir que no iba a decir nada por un rato, y así fue. Ella entendió y se rió compartiendo el deleite que le producía descubrir que los círculos marrones permanecían igual de curiosos, igual de indiscretos e igual de idiotizados, como si siempre la mirasen por primera vez.

Cómo suponer que se moría de ganas de hablarle de todo y de nada, si tan solo se quedaba callado, con infinitos y deliciosos puntos suspensivos en la conversación. Cómo suponer que se moría de ganas de abrazarla muy fuerte y besarla sin límites, si se fueron a tomar un café y en la mesita todavía no dejaba de mirarla sorprendido. Al cabo de dos horas ella empezaba a desconcertarse por el silencio estridente, inexplicable y dulce. El hombre había intercambiado más palabras con el vigilante de la cuadra, con el “limpia carros” del Centro Comercial, con el mozo que los atendió y con el chiquito malabarista que pedía monedas en el semáforo del Polo con Primavera. No con ella. Al menos no como ella suponía.

Y cada “¿cómo estás?” culminaba con un nuevo y efímero “bien”, sin más, y cuando preguntaba “¿te sientes bien?” volvía a encontrar un “sí, claro, no podría sentirme mejor”. Silencio dulce, estridente e inexplicable, como ellos mismos en la mesita del café, dos horas y media después, cuando a ella le seguía resultando fascinante esa misteriosa alegría en la barriga, esa sonrisa inagotable etiquetada a la espuma del capuccino casi extinguido, con un John Mayall sonando hasta que no quedara nadie más en el café, como pertinente música de fondo que se escucha cada vez más fuerte hasta ser, finalmente, lo más importante de la escena en el corazón.

“La mejor conversación de mi vida”, pensaba, cuando suponía que él le regalaba el dato de alguna canción que ella nunca había escuchado, o cuando cerraba los ojos y él le comentaba lo buena que estuvo la película de la semana pasada, con Eva Green parodiando en París. Cómo tener la certeza de todo eso, si él continuaba anonadado, estupefacto, aturdido por tanta belleza. Y en su rostro se reflejaba la ebullición de una calma que es paz y gloria por una mirada de labios que suavemente se humedecen. Y fue mucho más que una buena charla y una exquisita tertulia. Fue, ante todo, el correlato fáctico de la proposición que contiene que la poesía nunca está en agonía, la verificación palpable de que el amor no cabe en la estadística, la prueba contundente que demuestra que la probabilidad no es más que posibilidad, y que cuando hay amor, al más puro estilo de un Daniel F desgarrado y majestuoso, pues “la distancia a la mierda”.

Ya no quedaba nadie más en el café, pero sí la lluvia tímida del invierno de Lima haciéndose presente sobre la mesita en la que fantaseaban los dos. La lluvia, que cada vez que existía era un milagro bajando por ella, esa noche existió. Y trajo consigo recuerdos, como el recuerdo de cómo imaginaban el instante que estaban viviendo, años antes, cuando lo imaginaban. O el recuerdo de cómo imaginaban, años antes también, que terminaba la conversación de ese “algún día” que vivían, cuando la imaginaban. Y más frases de canciones o de poemas de Neruda, en comunicaciones soñadas y extrañadas, porque “el viento es un caballo” y “siempre habrá tiempo en las canciones”, tiempo para imaginar, suponer, soñar, vivir, recordar, extrañar, volver a vivir y escribir hasta hacernos temblar.

Capuccinos completamente extinguidos y John Mayall que se apaga, el mozo anuncia que cierran y el par de idiotas que se reencuentran continúan mojándose en una mesita de café, sin hablar. Proyectan sus pupilas, se investigan en silencio, se desvisten bajo la lluvia y empiezan a hacer el amor. Al final se trata de sugerir, de gritar con lo que callas y solo atinar a decir, irónicamente, que “uno no va a decir nada por un rato”. Cae un “soldado moribundo”, un “cuándo volverás a ser” y un “hasta puede suceder”… y llueve demencia compartida intraducible al castellano normal, a ese que todo el mundo puede entender, demencia intraducible en tinta azul que se despinta sobre servilletas húmedas rememoradas en un blog, divinizadas con rezagos de lluvia y espuma de café y un cenicero plagado de colillas de cigarros que pueden dar fe.

Repentinamente ella preguntó “¿vamos?”. Siguiendo en estado de estupor, el sólo la miró y ella entendió, y sonrió. A través de esa mirada silenciosa que evocó el instante en el que ella cerraba la ducha y pensaba, tan solo unas horas antes, al inicio del cuento, entendió que este permanece incompleto porque en noches especiales y reencuentros verdaderos -aquellos que dan motivos para derrochar escritos interminables que después puedan ser colgados en un blog tercermundista-, solo en esas ocasiones y en algunas otras, pero ni siquiera siempre, entendió que las cosas pasan intensa e imprevistamente porque la pronunciación no pasa de ser un acto "meramente protocolar", y nada más.

Friday, September 22, 2006

Llegada

Tras los fallidos atentados que paralizaron los aeropuertos londinenses, yo estaba allí, trepado en un Boing 747 de British Airways, recorriendo la codiciada ruta JFK-Heathrow en conexión a Arlanda. Me recibió la lluvia, primero en Times Square y luego al salir de la estación Universitetet de la línea roja del subway de Estocolmo. Cabe precisar, a efectos de facilitar la reconstrucción de ese entrañable momento, que venía cansado de un viaje de dos días, con dos enormes maletas sumadas a la mochila de mi lap top, que la lluvia era cada vez más fuerte y que al final de las 14 escaleras que tuve que subir cargando las maletas (reitero, bajo la lluvia) encontré unos 200 metros de distancia (obviamente, también bajo la lluvia) que se anteponían al primer edificio en el cual podría empezar a buscar a la Coordinadora de los estudiantes de intercambio.

Recibimiento de locos, porque tras instalarme en Forskarbacken 4 y quedarme dormido hasta el día siguiente en una pretendida siesta, me extravié en medio de un bosque. Caminé en círculos, literalmente, sin una persona alrededor a la cual preguntarle en qué lugar estaba y por dónde debía ir.

Resulta gracioso pensar en las remotas posibilidades de que eso suceda por lo difícil que parece perderse en el camino de Lappis a la Universidad, pero me pasó. Me tomó más de una hora y media lo que ahora camino en 10 minutos, y llegué a la oficina de la Coordinadora de Derecho para enterarme de que esa misma tarde era mi primera clase. Y así fue.

Wednesday, September 20, 2006

No es por ti que escribo, salvo un viaje a Estocolmo y un blog tercemundista de pretexto

post largo... como un alumbramiento

(*)

No es por ti. Es egoísmo. Es la satisfacción que me causa leer lo bien que escribo cuando te escribo a ti. Es mi vanidad exaltada, el poder afirmarlo convencido del asentimiento que otorgas a tan asquerosa soberbia.

Entonces no es confianza en un sueño compartido. Esta vez no es nostalgia o ganas de hacer presente el recuerdo. Todo lo contrario. Diría más bien que al escribirte hoy día me contento con vomitarnos y sacudirme de ti. Diría además que se trata de canalizar unas ganas venenosas y fumigarme contra esa esperanza lenta que hace tiempo tú también debiste asesinar.

Me topé con charlas reflexivas, dialéctica pura aplicada a nosotros. Más allá de la anécdota simpática, de la admiración profana por una complicidad inexplicable, encontré la proyección utilitarista de nuestras calamidades. Lástima, lástima que haya tardado tanto en darme cuenta. Me gustaría haber sabido de antemano, como tú, que tanta frase linda era mentira, que de tu lado nunca estuvo en juego cambiar lo normal por lo irreal.

Ingenuidad quizás, pésimo ETA y por ende nunca más volver a coincidir (léase Bryce para entender a cabalidad). No me quejo de tu normalidad... creo que la heroicidad involuntaria no merece la más mínima rememoración. Por eso no critico que renuncies a poner en práctica la imaginación... eso sería “más favor que obligación”. No me sorprende la casa envidiable que construyes, o tus fiestas bien vestida, o tus fotos mejores que las mías. No me sorprende tu ideología efervescente que no llega a ser trágica porque careces de fanatismo verdadero.

El polo opuesto -“ese yo enfadado por la falta de reciprocidad”- me sabe a estribillo gastado y maltrecho. Mi berrinche sería el de un muñequito, chiquito y caricaturesco, que reniega en la pantalla de tu lap top como un sincero pinocho que se pensó real. Por eso, en lugar de recriminar tu ausencia, te la aviento a la cara rebelde, perdiéndote el respeto por vez primera y desde ahora para siempre.

Al final de cuentas, aunque es tan temprano para resumirnos, creo que no es maligno prever que no existiremos más allá de las frases interesantes pronunciadas desde antaño, de lo expresado con las manos, de tu mensaje de texto encubierto un par de veces al año, del instante en siglos, del recuerdo ese que solía hacernos sonreír. Eso soy yo y eso eres tú: dos seres humanos alienados que evocan en el tiempo lo que las palabras les hicieron sentir, antropológicamente tercermundistas, y nada más.

Por tanto, si así somos, si no es mentira suponer que un correo nos define, entonces podemos conformarnos con que al menos entre cartas sí nos encontramos, que alguna vez sí nos besamos los dos y nos hicimos el amor hasta rabiar. Alguna vez… añorando el “algún día” no ya como tiempo futuro, sino como instante pasado camuflado en un archivo de Word y un diferido post en un blog. Como esperanza retroactiva, como ilusión inversa, como si todo lo soñado haya sido ya vivido sin saberlo, sin las ansias suficientes por haber confiado todavía en un instante posterior que el tiempo ahora dice que pasó, ahí sin darnos cuenta, cuando pensábamos todavía que algún día iba a pasar.

“Novela casi entrando a su capítulo final”, así lo describiría yo tratando de ser imparcial. Y los personajes se comprenden anclados en un cuento, incapaces de dibujarse a ellos mismos. Porque no existimos más allá y no me apena. No me apena ni siquiera no habernos impreso en un papel. Suficiente con el tormento de los meses limeños, descifrando unilateralmente lo que nunca me contaste, lo que no capté de tu silencio, lo que ahora que te escribo -por egoísmo- llego a entender sin saber por qué.

(**)

Lo que para ti guardaste, lo que no compartiste, lo que no te atreviste a decirme para desengañarme. Eso es lo único cierto en todo: “que la nuestra no es una historia de dos, sino tu historia”. Que para ser condescendientes yo soy un personaje importante, especialmente al comienzo, pero donde la única protagonista siempre eres y serás tú. Que ni un blog tercemundista alcanza, que ni un viaje interminable a Suecia es suficiente, que nada hace que me acuerde de ti. Que amo a Lima desde lejos, con sus mañanas grises y su indiferencia, con su criollismo, con su languidez, con ese masoquismo que deleita día a día en la imaginación, así sin ti.

Por eso sería un error escribir como gesto de generosidad, porque a pesar del centenar de defectos inherentes que cargo en todo el mundo, con mi inglés masticado y mi sueco terriblemente nulo, con esa mi carencia de cosmopolitismo, con todo, en el fondo la inteligencia delira vanidad. Ese secreto fue elegido por ti, ese horizonte lo dibujaste tú, esa terrenalidad repetitiva, esa normalidad asfixiante, ese estar más lejos de la diosa camuflada en cuerpo de mujer.

Somos un archivo de Word, colindante con una canción deprimente que suena en iTunes y un Internet Explorer aburrido de correos extemporáneos, que ya no responden a ningún por qué, a ningún cuándo, a ningún qué. Un post de pretexto, con la excusa perfecta del blog del peruano en Suecia y los mejores atardeceres de toda mi vida.

¿Cuándo me condenaste a no ser más que una ficción?

¿Cuándo fue la última vez que fuimos a mi casa juntos?

(***)

Río como nunca en Estocolmo. Aquí sí existen los veranos y los inviernos, y hoy presencio un otoño y cada día deja de hacer menos calor para hacer más frío. Y es como yo soy, con la pretendida intención de exprimir el instante siempre y sacarle el jugo al carpe diem sin pensar, solo sentir. Porque mi felicidad es demasiado feliz cuando estoy feliz, razón directamente proporcional por la cual supongo mi tristeza demasiado triste cuando esté triste. Y río sin ti mujer. Con la distancia más extensa en nuestra historia y las horas de diferencia y el no esperar tu correo electrónico, tu comentario, tu voz, muy a pesar de tus promesas. En mi corazón las sensaciones son intensas; las estaciones del año, mucho más pronunciadas en el tango eterno que delira mi lap top.

Me rehúso pues a cualquier amenaza de clima ténue y templado al que me tientes. Prefiero un invierno largo y desolado, como el que sea capaz de enfrentarme en Escandinavia, y temporadas de lluvias y tormentas que no me dejen salir a las calles europeas y encontrarte. Eso y mucho más.

(****)

¿Cuándo se jodió todo entre nosotros? Vargas Llosa no lo supo porque preferimos Bryce. ¿Cuándo dejó llover a chorros si en verdad nunca llovió? Contadas excepciones, como el día que llegué a la Universidad de Estocolmo o el de mi escala en Nueva York. Puse una gota de lluvia en tus labios, cantando Ojalá de Silvio, ¿te acuerdas? Pero aún así todo se jodió. ¿Quieres jugar a barajar posibilidades? Imagina un personaje novelesco, flaco y desarreglado, que tiene un cuaderno infranqueable en el que cada página tiene como encabezado una pregunta pintada con plumones gruesos. “¿Qué cosas me habría gustado hacer?”, “¿Qué lugares me habría gustado visitar?” Cada página reluce una lista de posibles respuestas, hipótesis todas muy ciertas, oraciones dolorosas que se burlan de su propia incertidumbre.

“¿Cuándo se jodió todo entre nosotros?”… Yo no quiero jugar... En realidad no lo quiero publicar en un blog tan tercemundista como yo. Pero fue ese día, o años antes, ese otro día, ¿qué más da?

Miles de posibilidades, todas ellas falsas o ciertas como nosotros, pretextos y excusas para explicar mi desilusión por ti, tu desilusión por mí, una muerte larga y permanente expresada en esta enorme indiferencia mutua y en la sonrisa de idiota etiquetada a mi blog.

Quisiera odiarte para que esto sea un poco más interesante.

“¿Cuándo se jodió todo entre nosotros?” Infinitas respuestas, infinitas razones, infinitas sensaciones que describen ese malestar. Infinitas palabras tristes, infinita indiferencia que ahora ocupa el lugar que ocupaba nuestra complicidad. Todo se jodió cuando ["no publicable"], cuando tras ello dejaste de ["no publicable"], y gracias a eso, hace unos días, quizás ayer, “cuando me di cuenta de que yo también dejé de esperar tu respuesta”.

“Eres apenas el pretexto para desencadenar viejos fantasmas”. Soy proclive a responder siempre in extenso cada una de tus barbaridades. Sé feliz, yo lo soy.

Friday, September 15, 2006

Julio Ramón Ribeyro

"Esas mañanas nulas, canceladas, en las que escucho música sin oírla, fumo sin sentir el sabor del tabaco, miro por la ventana sin ver nada, pierdo en realidad todo contacto con la realidad sin que por eso acceda a un mayor contacto conmigo mismo, esas mañanas, ni el mundo ni en mi conciencia, floto en una especie de tierra de nadie, un mundo donde están ausentes las cosas y las ideas de las cosas y no me dejan otro legado, esas mañanas, que una duración sin contenido".

Sunday, September 10, 2006

Turista en mi propia ciudad

Siempre me gustó viajar. Si corrían vientos favorables, no escatimaba esfuerzos en pedir financiamiento como niño caprichoso, ilusionado con la idea inacabable de tomarme una foto en ese lugar imaginado. Los sellos en el pasaporte y las canciones gritadas en familia son huellas de las travesías de esos tiempos, recorridas todas con el mismo entusiasmo inagotable del turista que se conmueve infinitamente al ver todo por primera vez. Confieso, tuve mucha suerte. Porque entre viaje y viaje conocí casi todo mi país entero, casi toda América del Sur también, y luego, ya fruto de mi propio trabajo, me paseé por los más visitados estados norteamericanos coronando una estadía de tres meses en medio de la nieve.

Pertenezco al grupo minoritario de los que prefieren los inviernos, es decir, algo más que las mañanas grises de Lima, tenues e insuficientes, siempre dejándote con las ganas de llover. Aun así, no creo que a eso se deba mi permanencia en Estocolmo, capital de Escandinavia (así se denominan), mundialmente conocida por las pocas horas de luz al día y un frío sumamente intenso, solo superado por el frío de los rusos, aquel que fue capaz de derrotar a Hitler o a Napoleón.

Sea como sea, a pesar de mi gusto por los inviernos nunca pensé vivir en Estocolmo. No sé si es lo más lejano de todo lo que está cerca, o si, por el contrario, lo más cercano de lo que está definitivamente lejos. Ciertamente, siempre tuve claro que la Universidad ofrecía intercambios y que, personalmente, de no haber aprovechado alguno me habría sentido eternamente arrepentido. Y entre aprender cultura oriental en Japón o China (lo cual está definitivamente lejos), preferí Europa, a solo un océano de distancia y 7 horas de diferencia.

En fin, ¿por qué específicamente Suecia? Hasta ahora me cuesta responder esa pregunta. Vale decir que a posteriori encontré agradables y contundentes razones, como que los países nórdicos tienen el índice de desarrollo humano más alto del mundo, o las mujeres más lindas también. Aquello incluso facilita explicar, por ejemplo, que a pesar de mi profunda atracción por perderme en un Bar de Madrid no haya elegido España. Pero la decisión estuvo tomada con anterioridad a aquellos tardíos descubrimientos; por eso, y anteponiendo una transparencia capaz de revelar mi tercermundismo, supongo que aquí me trajo la suculenta beca del Estado sueco y, para no ser tan crudamente materialistas, también “las ganas de practicar mi inglés”.

Hoy disfruto el inicio de un otoño que promete dejar rojo todo lo verde que veo, como antesala a la más verdadera de las postales navideñas en diciembre. "Tanta felicidad es tan rara", el otro día conversaba. La distancia es tremendamente insuficiente para quitarme la sonrisa de idiota que tengo pegada en la cara. Y es que, seriamente, a dos semanas de haber llegado, soy un turista en mi propia ciudad.

Saturday, September 09, 2006

¿Por qué?


Al final de cuentas, las cosas son más o menos complicadas según uno lo desee. Y es que, en la línea de lo abstracto a lo concreto, quien escoge un punto predilecto puede siempre elegir otro.