Tuesday, November 28, 2006

I Amsterdam



Intense city, with strong identity and personality... a place where you can breath the life in all its differents manifestations. Seriously, I felt like in a Van Gogh's painting.



Sunday, November 19, 2006

Amarillo

Una de las cosas tontas que suelo pensar de manera recurrente es que los suecos tienen cierta fascinación por el color amarillo. No importa donde esté, siempre encontraré ese color en la decoración.

El amarillo es especialmente combinado con el azul (véase, por ejemplo, bandera de Suecia). Dicho color aparece en los asientos de los buses y del tunnelbana (véase la foto más abajo), también en las tiendas y hasta en los libros de la Universidad. Sucede lo mismo con los carnés universitarios y los logos institucionales. De alguna manera los suecos siempre logran introducir el detalle del amarillo y el azul en todo lo que diseñan y creo que eso se debe a la verificación de una de estas dos posibilidades: (i) los suecos diseñan específicamente en amarillo y azul (véase el logo de IKEA o la página web de mi universidad); o, (ii) los suecos diseñan en otros colores (a saber, blanco y negro) y luego se preguntan cómo introducir el amarillo y el azul en aquello que han prediseñado (¿no son acaso azules la mayoría de carros Volvo?).

Adicionalmente, el amarillo es el color por excelencia sobre las cabezas suecas (véase la misma foto de abajo). Rubias despampanantes invaden el ambiente por doquier, caminando cual diosas abusivas con sus cabellos amarillos. Finalmente, sombreros y chalinas azules suelen estar de moda casi de manera permanente, por más que utilice una contradicción intrínseca para describir este hecho, que seguro tiene como fundamento el exquisito maridaje, típicamente sueco, descubierto entre el amarillo y el azul.


Vago intento de explicación personal: si no resulta descabellado pretender darle razones a los gustos y colores, definitivamente me atrevo a afirmar que las preferencias suecas pueden ser explicadas a través del clima. Aquí uno comprueba que el clima efectivamente influye en el comportamiento de las sociedades, condicionando costumbres y personalidades y actitudes en general.

¿De qué manera? Recordando que inicié este post advirtiendo que escribiría sobre las cosas tontas que suelo pensar, creo que la fascinación de los suecos por el amarillo sería una respuesta a una búsqueda del sol subconsciente y colectiva, arraigada a lo largo de los siglos, por las pocas horas de luz al día durante la mayor parte del año. Por ejemplo, en este momento son las 4 y ya es completamente de noche. El amarillo sería, entonces, ese sol oculto, ese verano añorado, esa luz en la imaginación. Y tanto es así que hasta los suecos nacen rubios.

Tuesday, November 14, 2006

Fragmento del cuento que no voy a escribir

La primera vez que se desvistieron fue en los párrafos precedentes. En ese entonces no había discordancia entre lo imaginado y lo vivido, pues entre correos clandestinos convertían las ficciones de sus relaciones en realidades literarias, como presas de un espiral brutal y divino que gustaba en el paladar y en el verbo. Maquillaban el mundo con palabras justas, en momentos exactos, encadenando oraciones pintorescas, llamadas telefónicas de madrugada, frases citables de autoría compartida que terminaban estrelladas en una bandeja de entrada. Era el tiempo del nerviosismo en el encuentro furtivo y no programado.

Pero “las expectativas hacen más duras las realidades”, pensaron, y de tanto esperarse se desenamoraron para siempre. Se recuerdan solo como pretextos, como excusas, como razones injustificadas para derrochar mala literatura y construir una serie de instrumentos que hagan más divertida la vida. Retórica pura, códigos secretos en números especiales y promesas imposibles a larguísimo plazo, como música en constante descubrimiento que decora desapariciones y asesinatos y silencios.

Cuando decidí traducir un fragmento del cuento que no voy a escribir se me ocurrió no rememorar ese pasado, ese “algún día” materializado sin que me haya dado cuenta. Escogí, en cambio, la continuidad armoniosa de una música que sigue sonando y de las piernas y de los muslos enredándose como en una pelea de serpientes. Una risa, una mano que presiona una nalga, las ganas de encender un cigarro. Simultáneamente, elegí la mezcla de sudores post coitales que calienta los cuerpos descubiertos después de una batalla, pues dormirán juntos mientras John Mayall seguirá sonando y por sus pieles se seguirán derramando las muestras resbalosas del amor al paso.

Se seguirán derramando las risas y las ganas nuevamente, fragmentos, pegados minuciosamente a ese placer ardiente que no se cansa, que no duerme ni siquiera cuando ellos duermen, que nunca es suficiente cuando las serpientes son heroicas y valientes como ofrendas. Y escupen narrativa si lo intentan, su saliva es poesía, sinfonía de suspiros, como el saxo en ese blues que los fusiona y los lamenta, que los desviste por enésima vez interminablemente.

Las revanchas con la historia quedan atrás, los cuentos, la emoción de entonces. Y sin embargo esto es solo una porción de la melodía que vibra y no se agota, que sabe a un jazz diluyéndose en la memoria intermitentemente, lentamente, pues sobra tiempo para desentrañar fantasmas y violarlos con furia, “everywhere I go”, ahí donde la fragancia fermentada de sus cuerpos emborracha hasta el delirio, hasta el punto ese en el que no alcanza el aire para gritar, en el que no alcanza el aire para exhalar el aliento a alcohol, en el que solo fluye sangre para sentir.

Y la fragancia de sus cuerpos fermentados sigue emborrachando más, y cae mi fragmento con sus párrafos precedentes, caen los maquillajes y las expectativas, el líquido de su vientre como retórica pura, las piernas como una pelea de serpientes, las risas y las promesas y la música, las desapariciones, los silencios, el saxo, su sostén, su calzón, sin sus perfumes artificiales, con sus olores animales, con el humo del cigarro encendido que se enreda con ellos, que se extingue y vuelve a nacer con ellos, que se impregna en sus sábanas mojadas y se mezcla con los jugos derramados en todas las sábanas anteriores en las que se soñaron mutuamente, en las que se recordaron y se supusieron recíprocamente, cuando extasiados danzaban plegarias sadomasoquistas pronunciando “no es amor, solo sexo brutal y feroz”, excitados con las pupilas dilatadas y las pulsaciones apuradas y las contracciones corporales a mil. “Ahí”, mientras se lamían las heridas como cuando los perros se masturban, con una lengua pegajosa y larga como la mejor de todas las metáforas, gimiendo en el goce desorbitado de quienes confían estúpidamente en la complicidad de un cielo lleno de estrellas y la magia de la luna llena y los encuentros bajo la lluvia y un mensaje de texto y ese tipo de engaños que en fin... por lo menos dan motivos para sonreír.

Escogiendo un fragmento al azar. Así es la verdadera fidelidad, como dos serpientes que se observan frente a frente a la distancia, jodidamente indignas y contradictorias, tiernas y feroces, falsas, mientras John Mayall seguirá sonando y ellos desnudos que se enredan sobre sábanas blancas y las gotas de lluvia que empiezan a golpear mi ventana con mucha fuerza…

Wednesday, November 08, 2006

¿Cómo quieres que te recuerde?

Sacada de un cuento de Bryce, de una canción de Sabina... como quien le da argumentos a Cortázar para dibujar a La Maga y a mí, razones para creer en ángeles.


¡No te vayas nunca! Disfruta lo que queda de la Cata de intercambio en París, Londres y Madrid, y especialmente que tu viaje a Estocolmo permanezca vivo para siempre en donde estés.

Friday, November 03, 2006

Prueba

"Esta es la prueba del post anterior".

Thursday, November 02, 2006

Primer otoño

"Mi primer otoño duró hasta la semana pasada".

Wednesday, November 01, 2006

Stockholm syndrome (síndrome de Estocolmo)

No tiene nada que ver con la colaboración que presta la víctima de un secuestro a su captor. No en estas circunstancias, no en este primero de noviembre que arrasó con lo más pintoresco del otoño. Poco importa lo sucedido en Norrmalstorg allá por 1973, cuando la conducta de cuatro personas secuestradas en un Kreditbanken reflejó la paradójica relación de armonía entre privador y privados de libertad. Aun así, aunque nada tenga que ver con explicaciones psicológicas, me llama la atención el mismo sometimiento desconcertante, la dulce entrega del derrotado que renuncia incluso hasta a su voluntad. Todo le encanta, desde la destrucción del odio inherente hasta la construcción de un vínculo de complicidad. Todo fascina en el cautiverio, en la amenaza flagrante que paraliza las ganas de correr y huir. Y es que el verdadero síndrome de Estocolmo tiene que ver con algo que quizás me gusta, como quien gusta de lo diferente por la diferencia antes que por lo que en sí representa. Si pensara en lo que representa, solo se me ocurriría hablar de una penumbra inacabable que contradictoriamente no me deja dormir, que me hace presa de un poderoso insomnio que me apriosiona escribiendo posts de madrugada. El síndrome de Estocolmo tiene que ver con una noche inmensa, con ver el sol a mediados de octubre y sentir el miedo mezclarse entre los atardeceres plasmados en las fotos de agosto. Ese miedo que se clava en la emoción de manera detenida, de manera precavida, casi imperceptible ante tanta felicidad. Y sin embargo sabes que está ahí en ese rostro de alegría, presagiando los primeros copos de nieve de un invierno que no se apresura en llegar, que se ríe maliciosamente con el frío previo que ya congela, que ya advierte, que ya confirma la insuficiencia de la ropa que traje de Perú. “Esa sensación mezclándose en lo más céntrico de la algarabía de las lindísimas puestas de sol que me recibieron”. Miedo a que el sol se vaya y no pueda verlo nuevamente, por unos meses, mientras los termómetros descienden de manera constante, incesantemente -y ya tocamos cero-, mientras disminuyen las horas de luz también y las hojas que bailaban en el aire son cubiertas y enterradas con un blanco para siempre. Y encima la Cata se va. El síndrome de Estocolmo tiene que ver con eso, con canjear las 9 de la tarde por las 4 de la noche, viendo cada día cómo oscurece más temprano y cómo amanece más tarde, cómo la nieve devora el paisaje de un momento a otro mientras uno, inmóvil, no hace más que pensar en qué consiste el síndrome ese del que alguna vez escuchó en algún lugar... y en cómo será ese invierno raptor que pronto llegará.