Wednesday, October 31, 2007
Mi temporalidad
Radio de acción de mi temporalidad: para descifrar si formas parte de mi presente no hay que responder a un cuándo, sino a un por qué.
Friday, October 26, 2007
La Comarca
Los miembros inventaban silencios largos que callaban las músicas de turno, y eran frases verdaderamente apuntables las que decían, memorables etiquetas y títulos para los cuentos espontáneos que vivían. Hacían una película, pero tenían que esforzarse para romper las frustraciones. El crecimiento permanente de las adicciones y la incapacidad de superar amores del pasado eran, quizás, los complejos más evidentes. No había que escarvar en las aclamadas ganas de viajar para encontrar, en la floreciente raíz de las ilusiones inalcanzadas, un pesar atribuido a la inadaptabilidad. Había que salvar diferentes matices, diferentes soledades específicas e inespecíficas, diferentes tonos de depresión y sabores de besos dejados de dar. Poner a jugar la imaginación y parodiar clubes literarios de los que alguna vez habían escuchado en la deconstrucción de la oración y una que otra bifurcación de los árboles… había que ser estricto en el juego de la imaginación y exigirle más sinapsis, catarsis emocional-intelectual hasta la euforia semántica de una pisca de predicado.
Monday, October 15, 2007
La Comarca
La ruta hacia la Comarca se iniciaba en la conjugación de una soledad con otras. Se trataba de un acto esencialmente individualista, que en las fronteras asfixiantes de la ausencia de cariño redefinía al ser desposeído que busca identidad grupal. Físicamente, la Comarca podría ser ubicada en diferentes bares miraflorinos de manera simultánea. No había carnet de identidad, no había un estatuto para la asociación. Ese centro de cohesión era, más bien, muy de los suburbios del corazón. Los miembros extraviados se confundían en sus ansias de conversaciones memorables, en el derroche de suposiciones y guiones y proyectos que sean la receta mágica para una humanización inconclusa. Se sabían pues disconformes, optimistas-pesimistas en resignación y resucitación constante, un ir y venir de la consciencia para perderse y descubrirse.
Monday, October 08, 2007
1984
"Dos lágrimas, perfumadas de ginebra, le resbalaron por las mejillas. Pero ya todo estaba arreglado, todo alcanzaba la perfección, la lucha había terminado. Se había vencido a sí mismo definitivamente. Amaba al Gran Hermano".
George Orwell, 1984.
Thursday, October 04, 2007
Tarea de Destreza Legal
Esta semana tuve que hacer una tarea para el Seminario Especial que llevo con Huáscar Ezcurra y Roberto Ángeles. Se trató de redactar, en una página, algo así como la imagen que tengo de mí mismo como escritor. Me divertí en la introspección:
Mi relación con la escritura ha sido siempre turbulenta. En mis talleres de narrativa fui crítico de la teoría literaria. Me hartaba la necesidad de parir un personaje, de plantearle una meta ambiciosa y enfrentarlo a un villano obstruccionista. Jugaba, por el contrario, a fusionar héroes y villanos y destruir el orden, a decir sin más. Y dio resultados. Por más que sea un escritor esencialmente huachafo, la originalidad del producto me salvó en todas las circunstancias.
Así surgieron cuentos y premios en concursos escolares. Redactaba las cartas de mis amigos, cautivaba incautas con dedicatorias, aprobaba exámenes en Estudios Generales Letras sin haber abierto las lecturas. Adquirí cierta pasión por las formas y de esa manera me enfrenté a la primera disyuntiva: ¿escribir solamente lo que pienso, o escribir lo que suena mejor? Sin responder dicho dilema me plantee la segunda encrucijada: ¿por qué gusta lo que a mí me deja insatisfecho?
En retrospectiva, creo que el solo hecho de plantearme la pregunta alimentó la turbulencia. He sido carcomido por un inconformismo permanente que ni frases como “leerte es un orgasmo” o “eres mi escritor favorito” han podido disipar. Escribía para mí, para nadie más. Traducía sentimientos, plasmaba pensamientos, adornaba oraciones, y solo después compartía mi tormento en una pantalla de computadora. Conmover al prójimo, por tanto, originalmente solo venía después.
Pero avancé en la carrera. Cambié los cuentos por los alegatos, mis escritos en fiasco por informes legales, la literatura latinoamericana por profesores de Derecho. Cambié, ante todo, el pasatiempo por la obligación, la libertad exagerada que conmovía sin que me lo proponga, por objetivos concretos que debo alcanzar. Hoy no escribo para mí sino para alguien más. Hoy escribo mucho más que antes, y por eso escribo mucho menos.
Eso alimenta el conflicto interior. El abogado se relame con la capacidad persuasiva de su escrito, se frota las manos y encoge los hombros con malicia. El escritor se frustra con el reconocimiento ajeno, con la aceptación que genera un texto que lo deja insatisfecho. Si tuviera que caracterizar esta turbulencia, se me ocurriría hablar de la resignación y el inconformismo que me causa cierta admiración profana.
Por tanto, soy protagonista en ese conflicto, típico de un abogado disfrazado. La sonrisa, en ese caso, es doblemente maliciosa, porque no puedo ser un escritor con conocimientos de Derecho, sino solo un abogado disfrazado. Tengo un blog de pretexto donde pinto imágenes con letras extraviadas, donde he concluido que la extensión de un post es inversamente proporcional a su eficacia. Tengo un corcho donde pego frases que escribo en servilletas, boletos de micro y hojas de cuaderno, todas de pretexto. Y aunque mis amigos aplauden el progreso de mis textos, lo atribuyo al sacrificio de mi libertad, al hecho de haber aprendido a maquillar, a no criticar la teoría literaria y aceptar, como un abogado disfrazado, que simplemente debo escribir lo que suena mejor.
Mi relación con la escritura ha sido siempre turbulenta. En mis talleres de narrativa fui crítico de la teoría literaria. Me hartaba la necesidad de parir un personaje, de plantearle una meta ambiciosa y enfrentarlo a un villano obstruccionista. Jugaba, por el contrario, a fusionar héroes y villanos y destruir el orden, a decir sin más. Y dio resultados. Por más que sea un escritor esencialmente huachafo, la originalidad del producto me salvó en todas las circunstancias.
Así surgieron cuentos y premios en concursos escolares. Redactaba las cartas de mis amigos, cautivaba incautas con dedicatorias, aprobaba exámenes en Estudios Generales Letras sin haber abierto las lecturas. Adquirí cierta pasión por las formas y de esa manera me enfrenté a la primera disyuntiva: ¿escribir solamente lo que pienso, o escribir lo que suena mejor? Sin responder dicho dilema me plantee la segunda encrucijada: ¿por qué gusta lo que a mí me deja insatisfecho?
En retrospectiva, creo que el solo hecho de plantearme la pregunta alimentó la turbulencia. He sido carcomido por un inconformismo permanente que ni frases como “leerte es un orgasmo” o “eres mi escritor favorito” han podido disipar. Escribía para mí, para nadie más. Traducía sentimientos, plasmaba pensamientos, adornaba oraciones, y solo después compartía mi tormento en una pantalla de computadora. Conmover al prójimo, por tanto, originalmente solo venía después.
Pero avancé en la carrera. Cambié los cuentos por los alegatos, mis escritos en fiasco por informes legales, la literatura latinoamericana por profesores de Derecho. Cambié, ante todo, el pasatiempo por la obligación, la libertad exagerada que conmovía sin que me lo proponga, por objetivos concretos que debo alcanzar. Hoy no escribo para mí sino para alguien más. Hoy escribo mucho más que antes, y por eso escribo mucho menos.
Eso alimenta el conflicto interior. El abogado se relame con la capacidad persuasiva de su escrito, se frota las manos y encoge los hombros con malicia. El escritor se frustra con el reconocimiento ajeno, con la aceptación que genera un texto que lo deja insatisfecho. Si tuviera que caracterizar esta turbulencia, se me ocurriría hablar de la resignación y el inconformismo que me causa cierta admiración profana.
Por tanto, soy protagonista en ese conflicto, típico de un abogado disfrazado. La sonrisa, en ese caso, es doblemente maliciosa, porque no puedo ser un escritor con conocimientos de Derecho, sino solo un abogado disfrazado. Tengo un blog de pretexto donde pinto imágenes con letras extraviadas, donde he concluido que la extensión de un post es inversamente proporcional a su eficacia. Tengo un corcho donde pego frases que escribo en servilletas, boletos de micro y hojas de cuaderno, todas de pretexto. Y aunque mis amigos aplauden el progreso de mis textos, lo atribuyo al sacrificio de mi libertad, al hecho de haber aprendido a maquillar, a no criticar la teoría literaria y aceptar, como un abogado disfrazado, que simplemente debo escribir lo que suena mejor.
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