Siempre me gustó viajar. Si corrían vientos favorables, no escatimaba esfuerzos en pedir financiamiento como niño caprichoso, ilusionado con la idea inacabable de tomarme una foto en ese lugar imaginado. Los sellos en el pasaporte y las canciones gritadas en familia son huellas de las travesías de esos tiempos, recorridas todas con el mismo entusiasmo inagotable del turista que se conmueve infinitamente al ver todo por primera vez. Confieso, tuve mucha suerte. Porque entre viaje y viaje conocí casi todo mi país entero, casi toda América del Sur también, y luego, ya fruto de mi propio trabajo, me paseé por los más visitados estados norteamericanos coronando una estadía de tres meses en medio de la nieve.
Pertenezco al grupo minoritario de los que prefieren los inviernos, es decir, algo más que las mañanas grises de Lima, tenues e insuficientes, siempre dejándote con las ganas de llover. Aun así, no creo que a eso se deba mi permanencia en Estocolmo, capital de Escandinavia (así se denominan), mundialmente conocida por las pocas horas de luz al día y un frío sumamente intenso, solo superado por el frío de los rusos, aquel que fue capaz de derrotar a Hitler o a Napoleón.
Sea como sea, a pesar de mi gusto por los inviernos nunca pensé vivir en Estocolmo. No sé si es lo más lejano de todo lo que está cerca, o si, por el contrario, lo más cercano de lo que está definitivamente lejos. Ciertamente, siempre tuve claro que la Universidad ofrecía intercambios y que, personalmente, de no haber aprovechado alguno me habría sentido eternamente arrepentido. Y entre aprender cultura oriental en Japón o China (lo cual está definitivamente lejos), preferí Europa, a solo un océano de distancia y 7 horas de diferencia.
En fin, ¿por qué específicamente Suecia? Hasta ahora me cuesta responder esa pregunta. Vale decir que a posteriori encontré agradables y contundentes razones, como que los países nórdicos tienen el índice de desarrollo humano más alto del mundo, o las mujeres más lindas también. Aquello incluso facilita explicar, por ejemplo, que a pesar de mi profunda atracción por perderme en un Bar de Madrid no haya elegido España. Pero la decisión estuvo tomada con anterioridad a aquellos tardíos descubrimientos; por eso, y anteponiendo una transparencia capaz de revelar mi tercermundismo, supongo que aquí me trajo la suculenta beca del Estado sueco y, para no ser tan crudamente materialistas, también “las ganas de practicar mi inglés”.
Hoy disfruto el inicio de un otoño que promete dejar rojo todo lo verde que veo, como antesala a la más verdadera de las postales navideñas en diciembre. "Tanta felicidad es tan rara", el otro día conversaba. La distancia es tremendamente insuficiente para quitarme la sonrisa de idiota que tengo pegada en la cara. Y es que, seriamente, a dos semanas de haber llegado, soy un turista en mi propia ciudad.
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3 comments:
Pipillo, la distancia es cuando no regresas. Mientras tanto, van a pasar muchas horas a siete horas de diferencia, no es facil recordar que tenemos invierno una vez al año y, a veces de tenerlo dos veces cuando uno viaja, de pronto sucede y se acaba.¿Pasa menos con las otras estaciones?¿Algun mes?
Me gustaria citar a Bola de Nieve, pero lo más importante es lo que lo disfrutes todo alla, a siete horas más. Mientras todo el mundo sigue buscando algo que tiene frente a la sus narices, aqui algunos seguiran buscando algo que jamas han encontrado. Que no te suceda alla. Cuidate mucho amigo mio.
Al parecer el mismo sentimiento disfrazado quizá de alguna manera distinta nos inspiró de la misma forma. Mientras tu escribias "Turista en mi propia ciudad"..yo escribia "Extranjero en mi propio país"..y muy curiosamente, los dos estando lejos. Mientras a ti te separa un oceano, a mi me separa solo tierra,pero con millones de huellas en su haber. Que gusto que la distancia sea tan relativa en nuestros dias...
Estás líneas me dejan el sin sabor de seguir aquí y reiteran esas ansias que tengo por vivir!!!!!!
Gracias por compartir tan mágica experiencia!
Un gran beso
Isa
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