Hace unos días descubrí que Carla (peruana), Michele (italiano) y Fanny (francesa) también prefieren el Nobel de la Paz. ¿Qué tan complicada será esa tarea? Podemos pasarnos varias vidas intentándolo desde nuestro tercermundismo. Sea como sea, el jueves y el viernes se definen los últimos premios de este año, los que más me importan, y ojalá -quién sabe- en diciembre pueda fotografiar a Vargas Llosa en el Stockholm Konserthuset, recordando a Neruda en el 71 y a García Márquez en el 82. Imposible no citarlos para su deleite.
Pablo Neruda's speech at the Nobel Banquet at the City Hall in Stockholm, December 10, 1971
Altezas, Señoras y Señores,
Venimos de muy lejos, de fuera o de dentro de nosotros mismos, de idiomas contrapuestos, de países que se aman. Aquí nos encontramos, en Estocolmo, en esta noche central del mundo. Hemos llegado de la química, de los microscopios, de la cibernética, del álgebra, de los barómetros, de la poesía, para reunirnos. Venimos de la oscuridad de nuestros laboratorios a enfrentarnos con una luz que nos honra y que, por el momento, nos enceguece. Para nosotros, laureados, se trata de una alegría y de una agonía.
Pero antes de agradecer y antes de respirar tengo que reconcentrarme, perdón, irme lejos de aquí, perdón, volver a mi tierra, perderme una vez más en la noche y en el amanecer de mi patria.
Vuelvo a calles de mi infancia, al invierno del sur de América, a los jardines de lilas de la Araucanía, a la primera María que tuve en mis brazos, al barro de las calles que no conocían el pavimento, a los indios enlutados que nos dejó la Conquista, a un país, a un continente oscuro que buscaba la claridad. Y si este resplandor se prolonga desde esta sala de fiesta y llega a través de tierra y mar a iluminar mi pasado, está iluminando también el futuro de nuestros pueblos americanos que defienden su derecho a la dignidad, a la libertad y a la vida.
Yo soy un representante de aquel tiempo, y de las actuales luchas que pueblan mi poesía. Perdón por haber extendido mi reconocimiento hacia todos los míos, hacia los olvidados de la tierra que en esta ocasión feliz de mi vida me parecen más verdaderos que mi expresión, más altos que mis cordilleras, más anchos que el océano. Yo pertenezco con orgullo a la multitud humana, no a unos pocos, sino a unos muchos, y aquí estoy rodeado por su presencia invisible.
En nombre de todos ellos y en el mío propio doy las gracias a la Academia Sueca por el honor que hoy le concede a mi artesanía de poeta. Doy las gracias a este país de inmensos bosques y profundas nieves, cuyo sentido de la igualdad y cuyo amor a la paz, cuyo equilibrio y cuya generosidad impresionan al mundo. Doy las gracias y vuelvo a mis trabajos, a la página blanca que espera cada día a los poetas para que la llenemos con nuestra sangre y nuestra sombra porque con sangre y sombra se escribe, se debe escribir la poesía.
Gabriel García Márquez' speech at the Nobel Banquet, December 10, 1982
Sus Majestades, Sus Altesas Reales, Amigos:
Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como la evidencia, a menudo agobiante, del compromiso que se adquire con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.
Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese transfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, que pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido facil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el agobiante inventario de las naves que enumeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que la empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan evidente como milagrosa totalidad rescata a nuestra América en Las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.
En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora evidencia de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía.
Muchas gracias.
Fuente: Lex Prix Nobel. Nobel Fundation, Stockholm.
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