Wednesday, November 01, 2006

Stockholm syndrome (síndrome de Estocolmo)

No tiene nada que ver con la colaboración que presta la víctima de un secuestro a su captor. No en estas circunstancias, no en este primero de noviembre que arrasó con lo más pintoresco del otoño. Poco importa lo sucedido en Norrmalstorg allá por 1973, cuando la conducta de cuatro personas secuestradas en un Kreditbanken reflejó la paradójica relación de armonía entre privador y privados de libertad. Aun así, aunque nada tenga que ver con explicaciones psicológicas, me llama la atención el mismo sometimiento desconcertante, la dulce entrega del derrotado que renuncia incluso hasta a su voluntad. Todo le encanta, desde la destrucción del odio inherente hasta la construcción de un vínculo de complicidad. Todo fascina en el cautiverio, en la amenaza flagrante que paraliza las ganas de correr y huir. Y es que el verdadero síndrome de Estocolmo tiene que ver con algo que quizás me gusta, como quien gusta de lo diferente por la diferencia antes que por lo que en sí representa. Si pensara en lo que representa, solo se me ocurriría hablar de una penumbra inacabable que contradictoriamente no me deja dormir, que me hace presa de un poderoso insomnio que me apriosiona escribiendo posts de madrugada. El síndrome de Estocolmo tiene que ver con una noche inmensa, con ver el sol a mediados de octubre y sentir el miedo mezclarse entre los atardeceres plasmados en las fotos de agosto. Ese miedo que se clava en la emoción de manera detenida, de manera precavida, casi imperceptible ante tanta felicidad. Y sin embargo sabes que está ahí en ese rostro de alegría, presagiando los primeros copos de nieve de un invierno que no se apresura en llegar, que se ríe maliciosamente con el frío previo que ya congela, que ya advierte, que ya confirma la insuficiencia de la ropa que traje de Perú. “Esa sensación mezclándose en lo más céntrico de la algarabía de las lindísimas puestas de sol que me recibieron”. Miedo a que el sol se vaya y no pueda verlo nuevamente, por unos meses, mientras los termómetros descienden de manera constante, incesantemente -y ya tocamos cero-, mientras disminuyen las horas de luz también y las hojas que bailaban en el aire son cubiertas y enterradas con un blanco para siempre. Y encima la Cata se va. El síndrome de Estocolmo tiene que ver con eso, con canjear las 9 de la tarde por las 4 de la noche, viendo cada día cómo oscurece más temprano y cómo amanece más tarde, cómo la nieve devora el paisaje de un momento a otro mientras uno, inmóvil, no hace más que pensar en qué consiste el síndrome ese del que alguna vez escuchó en algún lugar... y en cómo será ese invierno raptor que pronto llegará.

1 comment:

Ivan said...

deja de escribir y sal a conocer