La Comarca atravesó tiempos difíciles desde su proceso de formación. Era una condición sine qua non de su existencia, desde el inicio. Sus miembros debían superar una tormenta de razones para la mesura, una amenaza climática de proporciones indescifrables. La Comarca buscaba ser un culto a la pérdida de cordura, una puerta -de entrada y de salida- a una comunidad que adquiere vida propia y oculta la individualidad. La mesura era enemiga inmortal de mañanas, tardes y noches comarquenses. Sus miembros debían hacerse a través del lanzamiento atrevido de propuestas desquiciadas, más tentadoras en tanto más inoportunas. Así, la Comarca se forjaba en la desfachatez de sacrificar lo importante, en la plausibilidad de la demencia, en volver oportuna la decision de perder lo ya ganado y envidiable el retroceso en el camino al éxito prefijado. La Comarca era, por tanto, una imagen proyecta en un espejo imaginado, que arrojaba el goce desmesurado de la propia animalidad, la invisibilidad del puro sentido del gusto, la entrega a un hedonismo incipiente disque académico y pseudo intelectual. Era irresponsabilidad, era vino, eran muchas cosas más.