Imagina que después de la clase de hoy día fuiste a un bar en el que había jazz en vivo. Imagina que fuiste con un grupo de amigos de 3 continentes y que la pasaste muy bien. Imagina que mientras tú experimentabas nuevas variedades de cerveza, tus amigas francesas volvían a pedir vino. Imagina esa mesa, imagina el idioma y la música, el sabor de la cerveza, la tenue iluminación del local, el ambiente ideal, pero imagina que te volvieron a hacer la pregunta esa que te ha hecho escribir las tres primeras partes de este post dando de imaginar.
La pregunta, ¿qué pregunta? Imagina que tratando de convencerte para que cambies la respuesta tus amigas anotan en una hoja de tu cuaderno una lista de ventajas y desventajas. Imagina la alegría de la mesa cuando aceptas que las ventajas pulverizan a las desventajas. Imagina pues que te convencen y que estás escribiendo todo esto como un tercermundista masoquista, como un tercermundista que no aprende, como un tercermundista capaz de cagarse en la oportunidad que todo ciudadano europeo añora. Imagina la pregunta, el ritmo con el que es pronunciada involuntariamente, sin tener idea del efecto que en ti causa. Imagina esa pregunta, la que desde la primera semana en Estocolmo empezó a paralizarte cada vez que tu felicidad era muy grande. Imagina, en otras palabras, que todo es perfecto hasta que una frase te fusila.
En ese momento, cuando esas palabras se derraman lentamente por la boca que te habla, tú sientes que las escuchas una por una en cámara lenta. Desde que escuchas la primera letra de la primera palabra de la oración todavía incompleta, ya sientes cómo te desvaneces ante la llegada de una nueva tortura. Una por una y las letras se van juntando y las palabras van naciendo y la pregunta va tomando forma, y si la presentías desde el primer instante, un par de segundos luego ya debes dar una respuesta. Y ahí es cuando tu alegría es devorada por una madrugada sin que importe si es mañana, tarde o de noche, sin que importe la hora y tu sonrisa de idiota deshaciéndose en un rostro incierto, como aceptando que llegó ese momento de la conversación en el que deberás pelar una incertidumbre frente a una voz inocente que te mata suavemente al recordarte que libremente eliges aquello de lo que después te arrepientes. Y duele más cuando explicas que puedes hacerlo, que la oferta todavía no caduca y depende de ti el aceptarla, que puedes quedarte. Duele más cuando das ese par de razones que sobrevivieron a la lista de ventajas y desventajas y la reacción de sorpresa en la cara que te mira no refleja más que la revelación de un tercermundista desperdiciando oportunidades de desarrollo. Ahí es cuando, con una frecuencia religiosa y una ingenuidad que te acribilla de manera reiterada, diferentes bocas con diferentes acentos, de diferentes países pero con la misma esperanza en ebullición, ahí es cuando alguien te vuelve a preguntar musicalmente: "¿are you staying for the whole year?"
(Continúa)
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment