La primera vez que se desvistieron fue en los párrafos precedentes. En ese entonces no había discordancia entre lo imaginado y lo vivido, pues entre correos clandestinos convertían las ficciones de sus relaciones en realidades literarias, como presas de un espiral brutal y divino que gustaba en el paladar y en el verbo. Maquillaban el mundo con palabras justas, en momentos exactos, encadenando oraciones pintorescas, llamadas telefónicas de madrugada, frases citables de autoría compartida que terminaban estrelladas en una bandeja de entrada. Era el tiempo del nerviosismo en el encuentro furtivo y no programado.
Pero “las expectativas hacen más duras las realidades”, pensaron, y de tanto esperarse se desenamoraron para siempre. Se recuerdan solo como pretextos, como excusas, como razones injustificadas para derrochar mala literatura y construir una serie de instrumentos que hagan más divertida la vida. Retórica pura, códigos secretos en números especiales y promesas imposibles a larguísimo plazo, como música en constante descubrimiento que decora desapariciones y asesinatos y silencios.
Cuando decidí traducir un fragmento del cuento que no voy a escribir se me ocurrió no rememorar ese pasado, ese “algún día” materializado sin que me haya dado cuenta. Escogí, en cambio, la continuidad armoniosa de una música que sigue sonando y de las piernas y de los muslos enredándose como en una pelea de serpientes. Una risa, una mano que presiona una nalga, las ganas de encender un cigarro. Simultáneamente, elegí la mezcla de sudores post coitales que calienta los cuerpos descubiertos después de una batalla, pues dormirán juntos mientras John Mayall seguirá sonando y por sus pieles se seguirán derramando las muestras resbalosas del amor al paso.
Se seguirán derramando las risas y las ganas nuevamente, fragmentos, pegados minuciosamente a ese placer ardiente que no se cansa, que no duerme ni siquiera cuando ellos duermen, que nunca es suficiente cuando las serpientes son heroicas y valientes como ofrendas. Y escupen narrativa si lo intentan, su saliva es poesía, sinfonía de suspiros, como el saxo en ese blues que los fusiona y los lamenta, que los desviste por enésima vez interminablemente.
Las revanchas con la historia quedan atrás, los cuentos, la emoción de entonces. Y sin embargo esto es solo una porción de la melodía que vibra y no se agota, que sabe a un jazz diluyéndose en la memoria intermitentemente, lentamente, pues sobra tiempo para desentrañar fantasmas y violarlos con furia, “everywhere I go”, ahí donde la fragancia fermentada de sus cuerpos emborracha hasta el delirio, hasta el punto ese en el que no alcanza el aire para gritar, en el que no alcanza el aire para exhalar el aliento a alcohol, en el que solo fluye sangre para sentir.
Y la fragancia de sus cuerpos fermentados sigue emborrachando más, y cae mi fragmento con sus párrafos precedentes, caen los maquillajes y las expectativas, el líquido de su vientre como retórica pura, las piernas como una pelea de serpientes, las risas y las promesas y la música, las desapariciones, los silencios, el saxo, su sostén, su calzón, sin sus perfumes artificiales, con sus olores animales, con el humo del cigarro encendido que se enreda con ellos, que se extingue y vuelve a nacer con ellos, que se impregna en sus sábanas mojadas y se mezcla con los jugos derramados en todas las sábanas anteriores en las que se soñaron mutuamente, en las que se recordaron y se supusieron recíprocamente, cuando extasiados danzaban plegarias sadomasoquistas pronunciando “no es amor, solo sexo brutal y feroz”, excitados con las pupilas dilatadas y las pulsaciones apuradas y las contracciones corporales a mil. “Ahí”, mientras se lamían las heridas como cuando los perros se masturban, con una lengua pegajosa y larga como la mejor de todas las metáforas, gimiendo en el goce desorbitado de quienes confían estúpidamente en la complicidad de un cielo lleno de estrellas y la magia de la luna llena y los encuentros bajo la lluvia y un mensaje de texto y ese tipo de engaños que en fin... por lo menos dan motivos para sonreír.
Escogiendo un fragmento al azar. Así es la verdadera fidelidad, como dos serpientes que se observan frente a frente a la distancia, jodidamente indignas y contradictorias, tiernas y feroces, falsas, mientras John Mayall seguirá sonando y ellos desnudos que se enredan sobre sábanas blancas y las gotas de lluvia que empiezan a golpear mi ventana con mucha fuerza…
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
2 comments:
john mayall me da los azules.
loco :)
Post a Comment