Yo no empecé París en la Torre Eiffel o en el Arco del Triunfo. Yo inicié París en el Cementerio de Montparnasse, dejando un cronopio que dio luz el 12 de enero en la tumba más feliz de la tercerda división. Desde ahí me sumergí en una de mis novelas preferidas, diría yo casi literariamente. Seguí la ruta de la Rue de Seinne hasta el Pont des Arts, pasando por la plazita de la esquina con la Rue Jacob en la que no encontré el grafiti que semanas antes había visto en un blog.
No pudo ser mejor, porque por esas casualidades que solo suceden en Rayuela, tras caminar sin rumbo definido por un Paris soñado, recuerdo que me detuve en una calle y cambié de dirección hacia el boulevard Saint-Germain, sin saber por qué. Grande fue mi sorpresa cuando a mi izquierda, dos cuadras después en el mismo boulevard Saint-Germain, pude ver una enorme foto de Julio Cortázar en una casa elegante con personas bien vestidas que tomaban vino y celebraban algo. Entré con mi mochila en la espalda y mi aspecto de viajero desarreglado, descubriendo que me encontraba en la Maison de l'Amérique Latine, en plena inauguración de la exhibición fotográfica "le voyage infini" que recién sería abierta al público días después.
Tras inmiscuirme entre las imágenes de quien en vida fue aquel a quien dejé un verde cronopio en Montparnasse, tras beber una copa de vino y pensar en cómo era posible que mi viaje parisino me haya llevado justo a ese lugar, en ese momento, fui uno de los primeros en firmar el libro de visitas que seguro a finales de marzo, cuando culmine la exposición, estará repleto de mensajes parecidos.
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